De 1974 a 1983 la historia de las FLN es
un tanto confusa, pues no existen muchos registros de aquella etapa.
Durante esta época las FLN realizan incursiones de forma más constante
en la Selva Lacandona y reinician la etapa de reclutamiento. Se reclutó a
muchos estudiantes de universidades en las que el marxismo cobraba
mucha fuerza, como fue el caso de la Universidad Autónoma Metropolitana y
la Universidad Autónoma de Chapingo. Igualmente, durante este periodo
(1974-1983) muchas de las actividades de las FLN fueron en el estado de
Chiapas. En 1977, por ejemplo, montaron un campamento en Huitiupán, y un
año más tarde instalaron una casa de seguridad en San Cristóbal de las
Casas.
El trabajo que realizaron las FLN en
Chiapas les permitió ir construyendo redes de solidaridad con
organizaciones locales que tenían un trabajo previo con los indígenas de
la región: grupos de corte maoísta, personas que impulsaban la
formación de cooperativas e indígenas que habían sido animados a
desarrollar trabajo comunitario desde la iglesia católica, impulsados
principalmente por el obispo Samuel Ruíz.
Las experiencias armadas en
Centroamérica como el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
en El Salvador, el Frente Sandinista de Liberación Nacional en
Nicaragua o la guerra civil que duró más de treinta años en Guatemala
reavivaron la intención de las FLN de conformar un ejército –no un grupo
guerrillero, sino un ejército regular– y el trabajo exitoso en Chiapas
hizo que desde 1980 comenzara a figurar el acrónimo FLN-EZLN en los
documentos de la guerrilla. Sin embargo, es hasta el 17 de noviembre de
1983 cuando, ayudados nuevamente por un grupo de indígenas politizados y
con amplia experiencia organizativa –del que más tarden surgirán mandos
como el Mayor Mario o la Mayor Yolanda– y reforzados por los nuevos
militantes de las universidades, se estableció el primer campamento del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional denominado “La Garrapata”.
Entrevistado por Yvon Le Bot y Maurice
Najman, el Subcomandante Insurgente Marcos explicó que los tres grandes
componentes del EZLN son “un grupo político-militar, un grupo de
indígenas politizados y muy experimentados, y un movimiento indígena de
la Selva”[7]. Ese tercer grupo al que se refiere Marcos comienza a ser
parte crucial de la organización después de 1983, etapa en la que el
EZLN inició una segunda fase de “acumulación de fuerzas en silencio”;
pero en esta ocasión buscando combatientes principalmente entre los
indígenas de la región que no tenían experiencias previas de militancia
política. Para esta tarea, los indígenas politizados fungieron como
puente, pues además de la barrera cultural –en la que el lenguaje
significó un gran obstáculo– el hermetismo y la desconfianza –originados
por siglos de opresión y desprecio– de los indígenas dificultó el
acceso de los mestizos a las comunidades.
Los primeros integrantes del EZLN que se
adentraron a la selva Lacandona pronto empezaron a vivir una realidad
distinta y muy ajena a la que su adscripción ideológica les permitía
ver. Los primeros años no sólo no se construía confianza con los
indígenas, todo lo contrario: “A veces nos perseguían porque decían que
éramos robavacas, o bandidos o brujos. Muchos de los que ahora son
compañeros o inclusive comandantes del Comité, nos perseguían en aquella
época porque pensaban que éramos gente mala”[8].
El contacto con las comunidades
indígenas originó una especie de conversión del grupo original. Marcos
narra este proceso de la siguiente forma:
“Sufrimos realmente un proceso de reeducación, de remodelación. Como si nos hubieran desarmado. Como si nos hubiesen desmontado todos los elementos que teníamos –marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía, literatura-, todo lo que formaba parte de nosotros, y también cosas que no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero de otra forma. Y esa era la única manera de sobrevivir.” Sub Marcos.
Artículo de Raúl Romero, en SubVersiones-agencia autónoma de comunicación.