lunes, 20 de junio de 2011

Noches sin sueños; resusitar y morir.

NOCTURNO

Elías Nandino

Cada mañana, al despertar, resucitamos;
porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.

Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.

Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.

Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.

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Me niego...

Una y otra vez el techo me envuelve y las horas pasan,

Minuto tras minuto el silencio trata de arullarme y es en vano,

el sueño no asoma y me sigo negando a morir, así no se puede dormir

y lo peor aún sigue siendo presente, pasado y es futuro:

No estoy soñando y sin sueños no hay vida, no hay muerte,

sin sueños no hay tiempo ni sonidos ni silencios.


Sin sueños no estoy ni estas tú.

Moga

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